Accidentes infantiles

Accidentes infantiles

Mis hijos no son de los que si no van con la mano vendada, llevan una tirita en la frente o un moratón en el ojo.

Jorge y Ernesto se hacen heridas como cualquier niño, pero de momento, no hemos tenido grandes sustos.

Sin embargo ayer, salía mi hijo mayor de casa de mi suegra junto con su padre y Ernesto, y apoyó la mano en la puerta por la parte de las bisagras. Mi suegra no se dio cuenta y cerró la puerta… Parte del dedo de Jorge quedó atrapado. ¡Ahhhh, qué dolor! Sólo de pensarlo me entran escalofríos, y es que todos sabemos lo que duele pillarse un dedo.

Mi marido se lo llevó corriendo al médico y allí como un valiente, Jorge se mantuvo sereno mientras le limpiaban y vendaban. Afortunadamente sólo fue un pellizco, aparatoso, pero sin ninguna consecuencia.

Ernesto, también se ha llevado algún golpe secundario. Todos ellos entrarían dentro de la maldita “ley de Murphy”:
- ir en brazos conmigo y empujar hacia atrás con su cuerpo justo cuando pasamos por el quicio de la puerta… ¡plof, golpe en la cabeza!
- estar en el suelo entre mis piernas jugando tranquilamente con juguetes, girarme para coger el teléfono y volcar en el único sitio donde no había nada mullido.

En cualquier caso, nada comparado con mi sobrino Nicolás: la última vez que le vi llevaba un ojo y la frente morada y una herida en la ceja, porque rodó escaleras abajo.

Esto me ha hecho recordar que mi hermano Luis y yo de pequeños no hemos tenido grandes accidentes. Creo que lo más destacable fue un lavado de estómago que tuvieron que hacernos porque nos comimos un tubo de crema de bebé; otra vez empujé a mi hermano y su barbilla fue a chocar contra el pico de una mesa, desde entonces lleva una de esas cicatrices que luego he visto a tanta gente; y cada uno hemos tenido un par de esguinces. Ahí acaba nuestra aventura con los accidentes infantiles, espero que la de mis hijos también se quede aquí.

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