Educar para la solidaridad o cómo promoverla en familia
¿El ser humano nace solidario o se hace? Lo cierto es que nos acordamos de la solidaridad cuando se percibe su ausencia. Y especialmente en Navidad. Por suerte, es un valor cotidiano y también heroico que se adquiere y desarrolla siempre que se den las condiciones adecuadas.
El niño no es, en principio, altruista. Antes de que surja en él el sentimiento de solidaridad, tiene que aparecer la idea de sí mismo distinto del otro. Cuando ya ha adquirido la idea del yo, se puede poner en el lugar del otro y sentir de modo congruente la situación del otro, es decir, va a poder ser empático. Hacia los dos, tres años, el niño adquiere un sentido rudimentario de los otros como personas con estados internos (pensamientos, percepciones, sentimientos ), independientes de los suyos. Los niños ya a los dos años poseen conciencia y sentimientos morales. Presentan respuestas empáticas frente al sufrimiento de otros, conductas prosociales como compartir, ayudar, proteger, etc. y tienen conciencia de las normas. Es a través de su propio desarrollo cognitivo y de la interacción social como el niño desarrolla, además de valores instrumentales (ser capaz, curioso, imaginativo) valores morales (ser honesto y responsable) y sociales (paz, igualdad, justicia). Los valores son creencias que responden a nuestras necesidades como seres humanos, que nos proporcionan criterios para evaluar lo que nos rodea. La adopción e interiorización de valores es fruto de un proceso constructivo del individuo que, en relación con otras personas, trata de dar sentido a la realidad social que le rodea. Al empezar a entender las emociones del otro, ya podemos transmitirle ciertos valores, hablarle de lo que está bien y mal y, sobre todo, de lo que al otro le gustaría y de qué podría él hacer para ayudar o cambiar algo.
Transmisión eficaz
Para que un valor sea transmitido eficazmente al niño, éste lo tiene que interiorizar, y esto es posible si los padres se muestran como modelos a imitar, si le proporcionan pautas para el desarrollo de ese valor en la vida cotidiana y si se le permite opinar. El uso de un determinado estilo parental influye no solo en la transmisión del mensaje, sino en el tipo de valores que van a asumir los hijos: Los padres de estilo autoritario favorecen valores de conformidad, inhibiendo valores de autodirección. Los padres de estilo permisivo fomentan valores de autonomía e independencia, inhibiendo valores prosociales como la solidaridad o la justicia. Los de estilo democrático, que utilizan el razonamiento y enseñan a sus hijos a tener en cuenta las consecuencias de sus acciones, podrían estar promocionando valores de autodirección y valores prosociales. El clima afectivo, la comunicación familiar, la coherencia parental influyen en la eficacia de la socialización de valores. Cuando el mensaje o el valor viene dado con expresiones físicas y verbales de cariño y afecto, se produce una predisposición positiva hacia el mensaje y el emisor, legitimándolo. Mientras que, ante expresiones hostiles, indiferentes o ambivalentes, la tendencia es la contraria. Las familias que expresan afecto, sentimientos de aceptación incondicional, que favorecen márgenes de autonomía al hijo para que tenga su propio criterio, que permiten tomar decisiones a sus hijos, que establecen límites y los hacen responsables de las consecuencias de sus decisiones, promueven valores de autodirección, prosociales y empáticos. Para que los valores familiares sean transmitidos eficazmente, deben ser conocidos, comprendidos y asumidos por los hijos. Para ello, los padres tienen que comunicarlos con claridad y coherencia, tienen que conectar con las necesidades básicas del hijo, con sus experiencias previas, por ejemplo, concretando los valores en conductas que proporcionen a los hijos autoevaluaciones positivas de su valía personal y social. Tienen que comentar los acontecimientos con los hijos y discutirlos, esforzarse por realizar una comunicación personalizada y respetuosa con cada hijo, poniéndose en su lugar. De esta manera, se refuerza el mensaje de que ellos también pueden aportar algo a los demás, los hacemos responsables. Porque, para que un valor se interiorice, es necesario que la persona lo acepte vitalmente, lo sitúe en contacto con su propia experiencia, se identifique con él. La implicación se consigue promoviendo la autoría, la responsabilidad.
Mar García Orgaz Psicóloga
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