Preadolescencia: la importancia de mantener los límites y normas
El error de acortar la niñez
Béatrice Copper-Royer, psicóloga y psicoterapeuta, nos explica cómo cada vez más niños y niñas demandan vestir, actuar o tener ciertos derechos más propios de los adolescentes. Los niños de 8 a 12 años son impulsados demasiado rápido hacia la adolescencia en la actualidad. Si bien es importante preservar una infancia plena para ellos. En la preadolescencia es importante mantener los límites y las normas.
Niñas y niños que quieren ser adolescentes
¡Esta joven madre está absolutamente molesta! Su pequeña Victoire, de tan solo ocho años, acaba de darle una respuesta inaudita: "¡Pero finalmente mamá, soy yo quien decide cómo me visto!" Habían ido a comprar una camiseta básica, que se convirtió en un "mini-top" transparente. La madre suspira y se dirige a la caja registradora. En el fondo de su corazón, se dice a sí misma: "¡y ahí lo tienes, la adolescencia ya está apareciendo!" frente a la determinación de la damisela.
"¡No!" afirma enérgicamente Béatrice Copper-Royer, psicóloga y psicoterapeuta, cuando escucha este tipo de sucesos en su despacho. Según Béatrice es algo muy frecuente pero los niños de ocho a doce años necesitan límites y supervisión. Aunque son muy inteligentes, no son adolescentes. Simplemente, se identifican fácilmente con los más grandes. Toda la sociedad los empuja a hacerlo, a través del culto a la competencia, el bombo publicitario, las imágenes que les devuelve la televisión ... Y algunos padres, superados por esta precocidad reaccionan mal. Como resultado, ¡sus hijos ya no saben muy bien quiénes son! Este proceso se ha acelerado durante diez años.
Sin duda, Victoire admiraba a su cantante favorita así vestida, ¡y soñaba con ser como ella! Pero su madre tenía toda la legitimidad para imponerse y responderla:
- "No vestirás así, soy yo quien decide, llevarás esto cuando tengas quince años".
Después del mercado publicitario para adultos y adolescentes, está el mercado infantil, que ahora está siendo abordado por el marketing. Así, después de los seis años, ya no quien gastar su dinero en dulces, sino en ropa y revistas para niñas y en videojuegos para niños.
Los límites y las prohibiciones tranquilizan a los niños
Estos niños de ocho a doce años se encuentran en la fase latente de la preadolescencia, un período de sereno desarrollo, después de los conflictos edípicos y antes de la pubertad. Viven en confianza con los adultos y todavía no necesitan transgredir los límites marcados por sus padres para poder construirse, como sí hacen los adolescentes. Al contrario, los límites los tranquilizan y protegen.
Los preadolescentes son cada vez más autónomos materialmente, son intelectualmente curiosos por todo, navegan por los mundos tecnológicos con más maestría que la generación anterior. Y seguimos diciéndoles que tienen que ser los primeros en todo, por delante de todo, para tener éxito en la vida.
Todo esto les da tanta confianza en sí mismos que a veces molesta a sus padres, y los engaña dándoles la sensación de estar frente a "mini-adultos".
"¿Es normal? ¡Querer crecer!" continúa explicando Béatrice Copper-Royer. "Pero, sólo porque un científico informático de diez años sepa cómo manejar la computadora familiar con más seguridad que su madre, y crea que es lo suficientemente maduro como para decidir su vida por sí mismo, no quiere decir que no necesite supervisión".
Es un hecho que todas las niñas del mundo se han encaramado a los zapatos de tacón de su madre, le han robado el pintalabios y han improvisado bailes en la alfombra del salón: "Mientras sea un juego, esto desarrolla su imaginación y eso es muy bueno. Pero si las propias madres se ven envueltas en este juego y dejan que sus hijas aparezcan en los "elencos" de los programas de televisión, para convertirse en "estrellas", las privan del escenario del sueño, reducen el imaginario a las dimensiones planas de la realidad".
Hay etapas que no conviene saltarse, y quizás hoy en día tendamos a acortar la de la niñez. Béatrice Copper-Royer, por tanto, pide a los padres que recuperen la confianza en su papel; para que no sientan demasiado pronto que ya no tienen voz; para que transmitan sus valores y su experiencia, para que puedan preservar una infancia plena para los niños de 8 a 12 años.
Una infancia en la que han de tener tiempo para jugar, sin apuestas y sin presiones. El pediatra Winnicot ya señaló las virtudes del juego, que ayuda a experimentar con seguridad toda la gama de emociones y relaciones humanas, lo que permite evacuar suavemente las tensiones y la agresividad.
Sin embargo, los niños ya no juegan mucho, pegados a la televisión o sus auriculares. Los fabricantes de juguetes fueron los primeros en comprobarlo, teniendo que sacarles de su mercado a los 7 u 8 años.
La preadolescencia prepara el escenario para la adolescencia
Una infancia es un escenario en el que se tiene derecho a ser despreocupado y a confiar en los adultos para que conduzcan tu vida. Por eso, siguen siendo fundamentales los límites y prohibiciones, aunque sean desagradables en el momento.
Es importante proteger a los preadolescentes de lo que "no es para ellos" porque puede conmocionarlos, herirlos, como por ejemplo, la violencia y la pornografía. También se deben establecer reglas y normas. Los mismos que les permitirán crecer. Y así, puedan dar el siguiente paso sin trabas, el de la adolescencia.
Si no es así, ¿a qué podrán oponerse, cuándo surgirá la necesidad de distanciarse de los padres? Se verán obligados a ir aún más lejos en rebelión y peligro.
Lo ideal es mantener una infancia donde descubrimos el placer de aprender, en este momento privilegiado entre todos. Donde uno esté disponible para todos los descubrimientos, listo para todo aprendizaje, siempre que se ofrezcan de manera adecuada. Donde también estamos felices de compartir este placer con los padres: el mejor momento para caminatas en común, visitas a castillos o viajes a nuevos países, actividades donde ambas generaciones se divierten.
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"No se trata de querer hacer que los niños vivan fuera de tiempo o de prohibirlo todo, sino simplemente de no dejar que la propia vida la dicte ni la sociedad de consumo, ni los niños sin experiencia. Los padres son ricos en todo su recorrido humano, su sentido común y su pensamiento crítico, tienen una visión del mundo, valores que transmitir. Deben estar convencidos de que tienen la capacidad de guiar a sus hijos", concluye el psicólogo.
¿Quizás estos padres que carecen de convicción han estado demasiado sometidos a los expertos de todo tipo que rodean a nuestros hijos? ¿La famosa crisis de los adolescentes está tan detallada en todas partes, que buscarían anticiparla para evitarla mejor? Pero luego se arriesgan a enfrentarse unos años después con los adolescentes, estos jóvenes adultos que, tal vez por no tener una infancia plena, no pueden dejar a papá y a mamá, para involucrarse en la vida,.
Guillemette de la Borie, La Croix © Bayard Presse, 25 junio 2003
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