¿Por qué algunas preguntas de los niños resultan incómodas?

Respuestas a algunas preguntas de los mayores

¡Ay, las preguntas difíciles! A veces, los niños y las niñas hacen preguntas a los adultos como si fueran filósofos, curiosos o sabios. En esos casos, exigen siempre una respuesta a la altura de sus expectativas, es decir, quieren que sean verdaderas, delicadas, divertidas o poéticas, pero también inmediatas. Fanny Cohen-Herlem responde a nuestras preguntas, que no son tan difíciles...

¿Por qué algunas preguntas resultan incómodas?

¿Qué es una pregunta difícil?

Una pregunta que atañe a los temas esenciales de la vida y de la muerte: el amor, la sexualidad, los celos, el divorcio... Este tipo de preguntas abordan temas universales y no varían mucho a través del tiempo. Ponen en un aprieto a los adultos, que se desconciertan al descubrir todo lo que el niño tiene en la cabeza. Preguntas del tipo: “¿Cómo se hace un bebé?” o “¿Te morirás algún día?”, por ejemplo, son muy simples para los niños, pero los padres se asombran y se quedan perplejos frente a ese saber nuevamente expresado.

¿Por qué nos incomodan tanto esas preguntas?

Los padres quieren ofrecer todas las respuestas posibles al niño: la época del “aún no tienes edad para saberlo” pasó a la historia. Pero la búsqueda de la respuesta perfecta o el molde preestablecido pueden poner en dificultad la libertad de acción de los progenitores. El miedo a actuar mal puede llevar a la autocensura. Las preguntas embarazosas también desconciertan a los padres, porque les remiten a sus propias vivencias y, a veces, a heridas inconscientes. Muchos se sienten violentos con las preguntas relacionadas con el sexo porque, en su infancia, el tema no obtuvo respuesta. Otra cuestión difícil de tratar con los niños es el de la muerte, porque, es un modo de repetirse a sí mismo que, algún día, tampoco estaremos aquí.

¿Hay que contestar a todas las preguntas?

No. Si bien es cierto que, como decía Dolto, la verdad construye a los niños, no lo es menos que el mito de la transparencia resulta nefasto. Por ejemplo, la vida privada y sexual de los padres solo les concierne a ellos. Tampoco hay que hablar a los niños de todo lo relativo a la violencia extrema (crímenes y delitos, por ejemplo). El primer deber de los padres es proteger a sus hijos. Hay preguntas a las que no tenemos por qué responder de forma detallada. Y puede que para otras no tengamos respuesta. Entonces podemos contestar simplemente “no lo sé” o “lo averiguaré” (si nos vemos con ánimos). También es bueno enseñarles que el adulto no es todopoderoso, que tiene límites.


¿Cómo adaptar las respuestas?

Hay que adaptarlas a la madurez del niño. En lo relativo a la sexualidad, hay que dar prueba de delicadeza y poesía. A la pregunta de “cómo se hacen los bebés”, podemos contestar: “Para hacer un niño hay que quererse mucho. Luego, se necesitan dos semillas, la del papá y la de la mamá”. En cuanto al tema de la muerte, podemos responder: “Sí, algún día me moriré, pero dentro de mucho, mucho tiempo”. No es necesario hablar de las amenazas, como las enfermedades, salvo si el pequeño ha tenido que enfrentarse a ellas. A esta edad, la muerte no debe asociarse al horror y la angustia. Los padres que sientan apuro, también puede echar mano de los libros ilustrados.

Qué hay que entender de las preguntas de los niños

Algunas preguntas esconden otras, como las muñecas rusas. Cuando un niño pregunta a su madre adoptiva: “¿Yo estuve en tu tripa, mamá?”, lo que quiere saber es si, de todos modos, ella es su madre. Entonces la madre puede contestar: “Yo soy tu mamá para toda la vida”. Cuando un niño pregunta a sus padres, sin duda algo le ronda en la cabeza. Su pregunta es como una fotografía: permite saber en dónde está. Por eso, generalmente podemos devolverle la pregunta: “¿Y a ti qué te parece?”. En todo caso, un niño que no obtiene la respuesta a su pregunta, la volverá a plantear mil veces si es necesario.

Entrevista realizada por Léa Vilmer a Fanny Cohen-Herlen, psiquiatra infantil.

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