Los niños necesitan momentos de tranquilidad

Nuestros hijos también han de disfrutar de periodos de calma

Los niños en la primera infancia son muy dinámicos. Se sienten atraídos por todo lo que les rodea y quieren hacer cosas continuamente. Los padres procuran ofrecerles todo tipo de estímulos y les proponen un sin fin de actividades, pero enseñarles a encontrar periodos de tranquilidad es también muy positivo para ellos.

Tanto es así que una jornada infantil puede no tener ni un solo hueco entre actividades escolares y extraescolares. Y, cuando llega el fin de semana, nos empeñamos en hacer mil planes. Sin embargo, los niños necesitan momentos de tranquilidad.

La importancia de la calma y la tranquilidad para los niños

El niño necesita tranquilidad

Los niños necesitan tomarse un paréntesis

Aunque el niño puede no saberlo, también necesita momentos de calma. Pueden ser tan sólo unos minutos o periodos más largos. La duración depende de la edad y personalidad del niño y además de la organización familiar. En cualquier caso hay que aprender a disfrutar de estos instantes, por cortos que sean. Será reconfortante un buen baño, una deliciosa cena, un paseo tranquilo o la narración de un cuento, sin tratar de terminar con rapidez pensando en todo lo nos queda por hacer.

Momentos sosegados a diario

En estos momentos se ha de palpar la tranquilidad, se ha de sentir un bienestar en el que el corazón no se acelere en cada momento, se ha de sonreír más que reír a carcajadas, se han de despertar las emociones de una manera suave y delicada. Se trata de pasar un rato sereno y agradable. Y conseguir un ambiente tranquilo es imprescindible. El ruido, las luces potentes o los gritos, crean un clima de tensión. En casa puede ayudarnos apagar el televisor, poner música suave, tomar una bebida relajante, y sobre todo un clima de cariño.

Percibir el mundo

Hay que enseñar al niño a disfrutar de las delicias sensoriales del mundo que le rodea; a encontrar armonía con la naturaleza disfrutando con la puesta de sol, el sonido de los pájaros, el olor de la tierra mojada o el sabor de los frutos; a sentir las caricias, los besos y los abrazos interminables; a perder la noción del tiempo absortos en el juego sin que se le interrumpa con continuas sugerencias; o a zambullirse en la maravillosa historia de un cuento.

La utilidad de las rutinas en la infancia

La regularidad en el desarrollo de la jornada le proporciona al niño mucha seguridad. Cuando el niño conoce y comprende como se desarrolla el día comidas, aseo, sueño, juegos..., le ayuda a orientarse en el tiempo y a tener puntos de referencia claros. De este modo, cuando va a existir algún cambio y se le explica al niño con la antelación suficiente, no se desorientará ni se alterará.

Cómo reconocer el estrés en los niños

Cuando no hay tranquilidad en la vida del niño y la activación es demasiado elevada, en lugar de ayudar, lo que genera es gran malestar físico (dolores de cabeza, musculares, malestar estomacal, etc.), psicológico (sentimientos de impotencia, pérdida de autoestima, cambio de humor,...) e incluso problemas sociales (irascibilidad con los demás, insociabilidad, actitudes violentas, etc.).


Ante este estado, la persona con estrés realiza intentos para superar la situación. Si cuenta con los recursos necesarios, puede superar su estrés y volver a un estado de relajación. Sin embargo, a veces las herramientas de las que dispone no son adecuadas, con lo que no consigue relajarse. Los niños interpretan la realidad desde una perspectiva diferente a la de los adultos. Lo que para tu hijo puede ser una situación amenazante, para ti puede pasar desapercibida.

Si tu hijo está sufriendo estrés, es probable que puedas detectar alguna de las siguientes respuestas físicas, Aumento de la frecuencia cardiaca, sudor de manos, cambios en la coloración de la piel, tensión muscular, cambios en la temperatura, respiración agitada, palpitaciones, falta de respiración, malestar estomacal, náuseas, vómitos, falta de apetito o apetito excesivo, dolor de cabeza, temblores, necesidad de orinar o defecar más de lo habitual.

Las reacciones también pueden ser motoras: mover constantemente brazos y piernas, repetir tics, cerrar los ojos, evitar contacto visual, buscar proximidad física de personas de apoyo, aferrarse al adulto, decir que tiene miedo, agredir verbal o físicamente, distraerse fácilmente, temblor de labios, tartamudeo, lentificación o rapidez del habla, llanto, gritos y rigidez.

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