Cultivar la paciencia con los niños

Es fundamental inculcarle la paciencia a nuestros hijos y aprender junto a ellos para adquirirla nosotros también.

En nuestra ajetreada vida cotidiana, en una sociedad cada vez más acelerada, el modo en que los niños viven el tiempo suele enervarnos: a veces, porque no pueden esperar ni cinco minutos; otras, porque se toman todo el tiempo del mundo. ¿Y si nos proponemos cultivar la paciencia? La suya... ¡y la nuestra!

Paciencia y noción de tiempo

Cuando se plantea el tema de la paciencia y los niños, los padres reaccionan con vehemencia. Ana, madre de Mónica, de 3 años y medio, exclama: «¡Lo que me exige más esfuerzo es mi paciencia, no la suya! Lo realmente difícil no es adaptarme a su ritmo, sino lograr que ella siga el mío».

Raúl, padre de Pedro y de Sara, de 3 y 6 años, lo tiene muy claro: «Hablar de la paciencia de los niños no tiene sentido. ¡No la tienen porque no pueden tenerla! Cuando los acusamos de ser impacientes, ¿no deberíamos más bien acusarnos a nosotros mismos?».

Bernadette Guéritte-Hess, psicomotricista y ortofonista, confirma esta opinión: «El tiempo es uno de los conceptos más difíciles de entender, porque no es visible. Únicamente vemos la diferencia noche-día. El resto, sea una hora, una semana o un año, resulta invisible. Nuestro tiempo convencional no existe para el niño, incapaz de evaluar la duración de estos periodos. Sólo le resulta comprensible el significado de "ahora mismo no" y de "enseguida". El dominio completo de la noción de tiempo se adquiere en torno a los 10 años».

Ayer, hoy, mañana...

Entre el bebé que reclama que atiendan inmediatamente sus necesidades y el niño de 10 años, hay una evolución muy considerable, claro. Pero no tan rápida como, tal vez, querríamos. Rafael, padre de cinco hijos, dice del más pequeño, de 4 años: «En su cabecita se mezclan "pasado mañana" y "enseguida". Todo lo que no es el presente se le escapa».

Y es así. Cuando le decimos a un niño «espera un minuto» o «luego», lo interpreta como una negativa porque no es capaz de imaginarse más allá del momento presente. ¿Cómo vamos a pedirle, entonces, que se resigne a esperar? Rafael tiene un truco: «Cuando pido a mi hijo pequeño que espere, procuro ponerle como referente una acción. Le digo, por ejemplo: "Lo haremos después del desayuno", "cuando lleguemos a aquel edificio alto"... Así, no se ve en una situación pasiva de espera».

«¡Espera, espera!»

También los padres debemos cultivar nuestra propia paciencia. En especial, por la mañana, cuando el último cuarto de hora antes de salir para el cole resulta tan estresante.

Sandra busca recursos para no ser la que repite sin cesar «date prisa», interrumpiendo el apasionante juego que, en ese preciso momento, absorbe la atención de Hugo, de 3 años. Cuando él le responde «¡Espera!», Sandra respira hondo y se pregunta: «¿Se lo he pedido correctamente? Y, con sinceridad, ¿es imprescindible que deje de jugar ahora mismo o podemos esperar dos o tres minutos más?».

Visualizar el tiempo

Bernadette Guéritte-Hess propone un medio para evitar esas tensiones, tan naturales por otra parte: un reloj, lo más sencillo posible, con tres agujas (horas, minutos y segundos) pintadas de diferente color (azul, amarillo y rojo, por ejemplo). «Con los más pequeños, podemos jugar a seguir el ritmo del minutero chasqueando la lengua o dando palmadas, lo que les resulta muy divertido.»

A partir de los 3 años, este tipo de relojes y otros instrumentos de medida, como el calendario tradicional de una hoja por día, permiten mostrarles que el tiempo es espacio y empezar a desarrollar el pensamiento lógico-matemático. También se puede pegar un gomet en el punto de la esfera que se desee y decirle al niño: «Cuando la aguja amarilla llegue al gomet, me pondré a jugar contigo».

Esperar es también disfrutar con antelación del cumple cercano, del regreso de mamá, de la visita de los abuelos... paladear cada minuto antes del gran momento.

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