La carcajada también es educativa

Los beneficios de la risa y del buen humor para la salud tanto física como mental están comprobados científicamente. Pero además, tanto una como el otro son herramientas educativas de excepción.

En una sola carcajada intervienen 400 músculos. Desde los de la cara y el cuello hasta los del diafragma. Con la risa la capacidad respiratoria se multiplica tres o cuatro veces, aumenta la secreción de saliva y de jugos gástricos, mejorando con ello la digestión. Fortalece el sistema inmunológico, favorece la relajación y aumenta la circulación sanguínea, de manera que facilita la llegada de oxígeno y nutrientes a los tejidos de todo el cuerpo. La risa es, en definitiva, fuente de salud. Además, cuando reímos, nuestro cerebro segrega endorfinas, unas hormonas que actúan como sedante natural que mitiga el dolor y nos llena de optimismo y ganas de vivir... De ahí que las personas con buen humor tiendan a estar menos estresadas, ansiosas y deprimidas. Por todas estas virtudes, la risa se está utilizando en algunos hospitales estadounidenses –a los pacientes se les ponen, por ejemplo, películas de humor– como terapia de recuperación en la mayoría de los postoperatorios.

La risa y el humor se aprenden

La risa, como el lenguaje, constituye una cualidad distintiva del ser humano. Es una forma de comunicación, la expresión de una emoción positiva, en cuyo origen hay un componente genético. Pero sobre esa base biológica, ejerce una influencia decisiva el ambiente. Es decir, la risa y el buen humor también se aprenden. “En las familias donde reina el buen humor, los miembros más jóvenes también lo van incorporando”, sostiene el psicólogo Valentín Martínez-Otero, para quien, a este respecto, el núcleo familiar es la primera escuela de aprendizaje. Los padres se convierten en modelo a través de las relaciones con sus hijos y de su forma de afrontar los distintos acontecimientos.

Construcción de la personalidad

“El sentido del humor se puede y debe practicarse en el ámbito familiar porque promueve la actitud positiva ante la vida, lo que incorpora el optimismo a la construcción de la personalidad del niño”, afirma Martínez-Otero. Desde su punto de vista, la risa y el buen humor favorecen el equilibrio emocional y son un indicador de la salud mental de todos los miembros de la familia. Además, añade el psicólogo, “permiten pasarlo bien, afianzando el carácter placentero de la convivencia”. En esta tarea, los padres tienen un papel esencial. Convertir una situación familiar tensa o conflictiva en una broma divertida no es fácil, sobre todo tras un día de trabajo agotador. Hacer que un niño torne su agresividad en carcajada cuando no quiere bañarse o cuando se le niega un capricho es una labor que, desde luego, exige entrenamiento, esfuerzo mental y energía. Pero es, además de recomendable y posible, una solución efectiva. Entre otras cosas, porque los niños están más predispuestos a la risa espontánea que los adultos. De hecho, los estudios disponibles indican que ellos se ríen entre 300 y 400 veces al día, mientras que los adultos sólo lo hacemos unas diez de media. Y es que “a medida que crecemos disponemos de menos ocasiones para reírnos, la vida va adquiriendo un tono más gris debido, en muchos casos, a las presiones sociales”, comenta Martínez-Otero. Para él, sin embargo, “es preciso reivindicar la presencia del humor independientemente de la edad, porque el humor –enfatiza– debe tomarse muy en serio”.

Dónde están los límites

¿Y de qué se ríen los niños? Básicamente, de lo mismo que los adultos aunque su risa no tenga el carácter tan elaborado de la de éstos. Se ríen de aquello que atenta contra la lógica, de lo absurdo, de lo chocante, de lo contradictorio, de la exageración, de la caricatura... Cuando llegan a la adolescencia, se ríen ya de aspectos más conceptuales y abstractos. “Su desarrollo cognitivo les facilita ya finezas irónicas. No están tan pendientes del aquí y el ahora, lo que les permite reírse de formas de vida, de pensar...”, comenta el psicólogo. En ellos, añade Martínez-Otero, “se pueden observar formas patológicas de la risa, como la burla que persigue presentar al otro como un ser inferior”. Y aquí es donde cabe situar los límites. Se puede uno reír de todo pero no de todos, ni a costa de lo que sea. El lema es especialmente válido en estas edades en las que el carácter de complicidad familiar que tenía la risa en edades precedentes comienza a difuminarse. Para Valentín Martínez-Otero, el humor de los jóvenes se canalizará adecuadamente siempre y cuando en la familia se hayan trasmitido los valores morales y educativos adecuados.

Herramientas educativas

La risa y el humor son una excelente herramienta pedagógica. Sirven para reducir la tensión y actúan como válvula de escape para el estrés. ¿Qué padres no se han sentido nunca al borde de una crisis de nervios por tener que repetir cien veces lo mismo en un tono amenazante? Recurrir al humor en ocasiones así suele dar mejor resultado. María lo sabe por experiencia. Cuando sus hijos de 8 y 10 años se enzarzan en sus interminables peleas, explica, consigue separarlos con esta frase contundente: “¡Seguid peleando hasta que corra la sangre! No quiero saber nada de vosotros hasta que uno de los dos tenga que ir al hospital”. La exageración, con su carga de ironía, suele desarmar a los chavales casi instantáneamente, concluye la madre. Los mensajes que se trasmiten con humor son más eficaces. “El humor ayuda a mantener un grado de activación, de alerta y vigilancia adecuados”, abunda Valentín Martínez-Otero, quien, como profesor universitario, ha experimentado que el discurso académico salpicado con notas de humor cala más en los estudiantes. En el ámbito familiar el efecto es exactamente el mismo, porque, afirma el psicólogo, “la risa y el humor dan entrada a la afectividad y a emociones que dan color y sabor al proceso educativo, a veces demasiado atrapado en aspectos cognitivos”. Pero hay más. El humor tiene la ventaja de desdramatizar los acontecimientos del día a día, con lo que los niños aprenderán a relativizar y superar sus fracasos y a enfrentarse de forma positiva a las dificultades. Es una escuela de modestia y de lucidez, un modo de expresión que nos permite reírnos hasta de nosotros mismos para estar en paz con nosotros mismos. Paz Hernández.

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