Está jugando... ¡y eso es algo muy serio!

Los padres lo saben de forma instintiva: un niño que juega es un niño sano, que crece y se abre camino en la vida. Sophie Marinopoulos, psicóloga y psicoanalista, explica los beneficios de jugar al escondite o de disfrazarse.

Está jugando, ¡y eso es algo muy serio!

¿En qué consiste su «ludómetro»?

Los padres están acostumbrados a llevar al niño al pediatra para que lo midan y lo pesen y controlar, así, su crecimiento físico. Si las curvas son adecuadas, si sus parámetros están dentro de lo previsto, los padres se sienten tranquilos. Pero ¿y su desarrollo psíquico? ¿Cómo se puede evaluar? Pues, simplemente, observando cómo juega y utilizando los puntos de referencia de mi «ludómetro».

Por los juegos que practica o no practica un niño de entre 6 meses y 5 años, podemos conocer su equilibrio psicológico: esos juegos revelan en qué punto se encuentra de su crecimiento afectivo y emocional, de la construcción de su autoestima, de su seguridad interior, de su curiosidad y de la afirmación de su personalidad. Pero, cuidado, se trata tan solo de un elemento de referencia. El hecho de que un niño se niegue a jugar al escondite a los 4 años no significa que sufra un retraso. Simplemente tiene su propio modo de crecer, su ritmo. Y, a los 7 u 8 años, habrá alcanzado el mismo equilibrio psíquico que los demás niños.

¿Por qué hay una etapa en la que el juego del escondite es tan importante?

Un niño no puede disfrutar jugando al escondite si no tiene la certeza de que va a encontrar a la persona que ha perdido de vista durante el juego. Eso es algo que, por lo general, no ocurre hasta los 3 ó 4 años, cuando adquiere definitivamente esa capacidad de representar a la persona ausente, de interiorizarla. Es el final de un camino que ha recorrido desde sus primeros meses de vida. Si vuestro hijo de 3 ó 4 años no soporta jugar al escondite con vosotros, si llora o siente pánico, no lo forcéis: sin duda siente auténtico terror por la pérdida, no consigue asimilar el hecho de que seguís existiendo fuera de su vista. Para ayudarlo a progresar y a superar sus dificultades ante la separación, no dudéis echar mano de juegos habitualmente destinados a niños más pequeños. Por ejemplo, podéis taparos la cara con un pañuelo y luego destapárosla. O esconder objetos por la casa y jugar a buscarlos juntos.

¿Y por qué a algunos niños les da miedo disfrazarse?

Para que un niño acepte disfrazarse, antes tiene que estar seguro de quién es, tiene que conocer su identidad como niño o como niña. Si su identidad no está todavía bien asentada, si le falta madurez, puede considerar el disfraz como un ataque insufrible. ¿Cómo va a inventarse identidades nuevas cuando aún no está seguro de la suya? El traje de Zorro o de Superman le produce terror porque le obliga a «cambiar de piel», es decir, a perderse a sí mismo. El niño sufre una confusión entre el disfraz y lo que él es. Aunque la idea del traje haya sido cosa suya y hayamos pasado horas confeccionándolo, aunque nos produzca una gran decepción, si el niño se niega obstinadamente a ponérselo, no debemos forzarlo. Sería una torpeza por nuestra parte. Podemos proponerle que se ponga una nariz roja o un sombrero: elementos discretos que no considere peligrosos.


En cambio, los niños que han superado esta etapa de miedo, parecen disfrutar muchísimo disfrazándose

Así es, cuando los niños alcanzan la madurez necesaria, disfrazarse se convierte en una experiencia maravillosa. Es el juego simbólico por excelencia. Gracias a los disfraces, el niño puede convertirse en rey, en policía, en ladrón, en princesa… y, así, probar distintos papeles y situaciones. Una niña que se pone unos zapatos de tacón y un collar de su madre se identifica durante un rato con la persona que tiene derecho a prohibir y a «mandar» en casa. Es una experiencia que puede ayudar a aceptar mejor la autoridad.

De todos modos, los niños están en la etapa de los juegos de fingimiento, tanto si se ponen un disfraz como si no. ¿Por qué lo valoran tanto?

Hacia los 5 años, algunos niños dedican mucho tiempo a esos juegos de ficción en los que su fantasía toma el poder. «Yo era un gatito que estaba perdido y tú eras un malo que querías atraparme». A esa edad, inventan historias increíbles y reconvierten los objetos, transformando su cama en barco o su mesa en cabaña. Al crear esos mundos, que están bajo su control, el niño intenta dominar los miedos y angustias que jalonan su crecimiento psíquico desde que nació. Soportar la autoridad de los padres y oír palabras que ya no son tan tiernas como cuando era un bebé, causa miedo; como también lo causa el descubrir que es un niño pequeño o una niña pequeña y que, por lo tanto, es como uno de sus progenitores y diferente del otro.

Entrevista de Isabelle Gravillon Leer el artículo en catalán

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