Entrevista al Dr. Francisco Mora

Especialista en neurociencia y fisiología humana, e infatigable divulgador de la neuroeducación.

"¡Ser libre significa no ser dependiente de nadie!"

Hace muchos años que ansiaba mantener una conversación, cara a cara, con el doctor Mora, uno de los expertos en ciencia del cerebro más reputados en nuestro país, donde es doctor en Medicina por la Universidad de Granada y catedrático de Fisiología Humana de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid y, en el mundo anglosajón, en su calidad de doctor en Neurociencia por la Universidad de Oxford (Inglaterra), catedrático adscrito del Departamento de Fisiología Molecular y Biofísica de la Universidad de Iowa en EE.UU. y miembro del Wolfson College de la Universidad de Oxford. 

Si sus credenciales académicas son sobresalientes, más admirable es aún su capacidad para saber transmitir, con inusitada claridad y gran pasión divulgativa, sus conocimientos de un sistema tan complejo como es el cerebro y sus interacciones dentro de la fisiología humana. 

Autor de más de una quincena de publicaciones, entre las que destaca Neuroeducación: solo se puede aprender aquello que se ama(Ed. Alianza), que marcó un precedente, acaba de presentar su nuevo trabajo Mitos y verdades  del cerebro. Limpiar el mundo de falsedades y otras historias (Ed. Paidós), una obra reveladora para muchas personas interesadas por la educación. 

Me acerco al doctor Francisco Mora con mucho respeto y admiración, como lectora entusiasta de algunos de sus libros y seguidora de los vídeos que hay en internet de su comparecencia en medios de comunicación y conferencias. Así que me decido a romper el hielo: ¿Le puedo tutear? 

¡Claro! Llámame Paco. 

¿Cómo concibe la ciencia actualmente el cerebro? 

Lo primero que hay que decir es que el cerebro, de por sí, es poco sin interacción constante con el resto del cuerpo. La gente dice: "Mi cerebro aprende", "Soy mi cerebro"... Y ni su cerebro aprende por sí mismo ni usted es su cerebro. El cerebro es un órgano del cuerpo, que teniendo solo el 2% del peso total del organismo, consume más del 20% de la energía que necesita el cuerpo. Es decir, es muy exigente y es, evidentemente, el que de alguna manera coordina todo el funcionamiento de nuestro cuerpo. 

¿En qué consiste esa coordinación? 

El hígado, el riñón, tus músculos, tus glándulas endocrinas, etc. liberan sustancias, que cruzan las barrera hematoencefálica, y llegan al cerebro. De esta forma modulan lo que es la función fundamentalmente del sistema límbico o cerebro emocional. Sin eso, esto de aquí (señalando el cerebro con el dedo) funciona bastante mal. Por tanto, tú eres tu cerebro en relación al resto de tu cuerpo. Y eso es lo que en los seres humanos llamamos persona. Pero la persona tampoco funciona así: tú no eres tu cerebro solo con tu cuerpo, la persona solo existe si tienes interacción con tus congéneres, con el medio que tienes y que te rodea. La unidad funcional del ser humano no es su cerebro, ni su cuerpo, ni el medio ambiente, es el conjunto de todo ello. Eso es lo que hace realmente su naturaleza. 

Entonces, ¿cómo se cree ahora que funciona el cerebro? 

Esa es una pregunta muy difícil. Y más difícil todavía es su contestación.

El cerebro, al nacimiento, no es ninguna tábula rasa, es decir, el ser humano nace con códigos cerebrales que se ponen en funcionamiento durante el desarrollo y maduración cerebral. Y es durante ese desarrollo que expresa diferentes funciones. En su esencia se podría decir que el cerebro funciona, acorde a esos códigos, procesando la información que recibe sensorial del medio ambiente y emocional, fundamentalmente de los padres. Con ello desarrolla su conducta motora. En la edad adulta y en lo que respecta a las altas funciones cerebrales, los procesos mentales, estos no tienen una localización anatómica en el cerebro (en su corteza cerebral), es decir, ningún pensamiento o sentimiento esta localizado en ninguna parte. El cerebro funciona con códigos de tiempo, por procesos distribuidos a lo largo y ancho de la corteza cerebral. 

"La unidad funcional del ser humano no es su cerebro, ni su cuerpo, ni el medio ambiente, es el conjunto de todo ello. Eso es lo que hace realmente su naturaleza"

¿De cara los padres con hijos pequeños, qué se tiene claro, ahora? 

A un niño desde el nacimiento hasta los tres años, fundamentalmente, hay que enseñarle todo el mundo de lo sensorial y lo que, a través de la emoción, expresa en su conducta jugando. Un niño cuando juega no está perdiendo el tiempo  Está trabajando, con alegría, a través del placer, a través del juego que yo llamo el "disfraz del aprendizaje". Es pues mundo emocional, sensorial y motor. 

Desde los cero a tres años hay tal vorágine de contactos sinápticos entre las neuronas, hasta cincuenta mil por segundo en un centímetro cuadrado de corteza cerebral, que hubo un momento en que, aun sabiendo que todo eso, de alguna manera estaba en relación con el medio ambiente, y que se absorbe información del medio ambiente que se pensó que, aunque no hubiese pruebas, se les podría dar conceptos a los niños, informaciones cognitivas importantes, que aunque fueran abstractas, algo quedaría allí absorbido por el cerebro. ¡Eso es un mito! 

¿Por qué? 

El cerebro no tiene códigos para absorber en esas edades, de cero a tres años, nada que sea abstracto. A un niño de cero a tres años, hoy lo sabemos de manera firme, lo que hay que enseñarle es, o lo sensorial o lo motor, a través del juego, que es la alegría, que es lo que yo llamo el "disfraz del aprendizaje". No intentes enseñarle nada más. Intentar enseñar a un niño de cero a tres años en una clase: ¡Mira!, en la pantalla proyectado: "Esto es una hoja...". Contestación: ¡No! "Mira, esto es un caballo...". Contestación: ¡No! A los niños de esas edades lo que hay es que enseñarles en la realidad de lo que es una hoja, de lo que es un caballo, de lo que es un color... Pero no en los medios, móviles, tabletas u ordenadores. Directamente en la realidad. 

Las realidades polisensoriales, que difieren de la pantalla que es mono o unisensorial. Esto es lo que crea la riqueza en el cerebro de un niño sobre las cosas sensoriales del mundo, porque con ellas, con ese perfecto de hoja, construirá, a partir de los siete años, el concepto abstracto de hoja. Entonces ya te puedes permitir mostrarlo en una pantalla, pero desde luego, me niego a que un niño vea ni siquiera una pantalla de ordenador hasta los seis, siete años. Y menos aún la de un móvil..."

Pues en Bayard, que hacemos revistas por tramos de edad, empezando por Popi, de cero a tres años..., regalando el monito protagonista de peluche... ¿Tampoco valdría? 

Sí, porque eso es una realidad, el monito, blandito está claro que no está vivo, pero el niño aprecia eso. Yo no tendría oposición a eso. Claro, yo me he puesto muy enfático, pero es evidente que un niño, con una revista de colores, aunque tenga un año y medio, la ve, ¡porque es sensorial! Pero que no sea solamente eso a través de lo que le enseñamos una hoja. Porque es complementario. 

La realidad tiene que ser el corazón de los códigos que los niños han aprendido a lo largo de la evolución biológica, para que estos se expresan. Por ejemplo, muy poca gente sabe que cuando le das a un niño de seis meses, que gatea, un juguete de colores, este lo coge y lo tira. Dale otro juguete, lo tira, gatea y lo vuelve a coger. Y mucha gente piensa que el niño es tonto... ¿Sabes qué está haciendo el niño? Está midiendo, inconscientemente, los espacios que existen en su entorno en relación a su cuerpo. ¡Mide distancias! Él no sabe que mide, es inconsciente, pero sus códigos están midiendo y prefabricando circuitos neuronales que son los que utilizará después, como tú o como yo. 

Para hacer, con precisión, una cosa como esta, que casi mirándote a ti puedo coger el vaso, eso hay que estar entrenándolo ¡años! Para hacer ese acto motor voluntario, los primeros códigos que le exijo a mis áreas del cerebro, sean los ganglios basales o el cerebelo, son: "¡Mándame a la corteza cerebral aquello que grabaste cuando tenía seis meses!". Porque son los más fiables, son los que realmente sé que los tengo grabado a fuego. ¡Eso lo necesito yo, ahora! Y lo necesito el resto de mi vida, y tú también. Y cualquier ser humano. 

Lo necesita para su supervivencia, porque en otros tiempos suponía el poder detectar a tiempo la presencia de un depredador... 

¡Evidentemente! Y esas distancias, insisto, son grabaciones que se hacen jugando, que jugando, si lo extrapolas, el juego es llámalo alegría y la alegría es lo que tú necesitas y se exige en cualquier enseñanza y a cualquier edad. Es decir, abrirle los ojos a alguien no puede ser con la varita de abedul, tiene que ser haciendo grato lo que enseñas en la universidad o a los niños, haciéndoles que aprendan placenteramente, pues, el placer es la vía a través del cual los códigos se expresan... 

"Me niego a que un niño vea ni siquiera una pantalla de ordenador hasta los seis, siete años. Y menos aún la de un móvil..."

Es cierto, llevas décadas insistiendo en los elementos imprescindibles del aprendizaje: curiosidad, atención, emoción, un profesor excelente... Parece que, por fin, al igual que tú desde el campo de la ciencia del cerebro, otros profesionales de la educación empiezan a divulgar estas ideas mediante una verdadera explosión de materiales: libros, conferencias, blogs... ¿Piensas que la ciencia está haciendo correctamente su labor en favor de la sociedad? 

No hay duda, y es que estamos pasando de una cultura a otra cultura nueva en estos años. Hasta ahora, cultura ha sido sinónimo de humanidades: literatura, arte, filosofía... Ya no, porque ha nacido lo que, si está bien empleado el prefijo neuro, poniendo neurofilosofía, neuroética, neuroeconomía (que es la ciencia de las decisiciones), neuroestética... 

Hoy en día estamos entrando en una cultura en la que ya no somos, poniendo el paradigma de un árbol, las hojas, parte del tronco... No, hoy la nueva cultura en la que abocamos es una cultura que tiene las raíces profundas que dan sostén a todo esto. Y eso es la ciencia. Hoy ya no me vale que me des tu opinión o cómo trabajaba, dándole solo a la cabeza, el filósofo del XVIII, del XIX... Hoy el problema cerebro-mente, que ha sido el centro de la filosofía, como decía la profesora Patricia Churchland, "se va a volver muy pronto estéril a menos que sepas cómo funciona el cerebro." Y ahí es hacia donde vamos, a que ciencia y humanidades converjan en conformar la nueva cultura que asomará en todos los países occidentales.

¿Que deberían tener claro los padres sobre el cerebro de sus hijos, dependiendo de la edad de estos? 

Para mí, fundamentalmente, son los valores y las normas. De tres a siete años ya se puede enseñar ética a un niño. ¿Qué quiere decir ética? Quiere decir valores que yo considero que hay que construir, porque desde cero a tres es inconsciente, ya en consciente. ¡A un niño se le puede enseñar perfectamente que tiene que ser puntual! De tres años, cuatro y cinco años. ¿Qué falla? El maestro les dice que hay que estar aquí a las cuatro... ¿Pero lo hace sistemáticamente? ¿Lo hace con repetición constante? ¿Lo hace día a día? ¿Por qué digo esto? Porque se les dice a los niños en el colegio, pero no se les dice de forma que lo aprendan y memoricen, para que cambien la física y la química de su cerebro, que es lo que enseña al cerebro, y construyan hábitos sobre eso. 

Mi empeño en todo lo que escribo es en que nos demos cuenta, sabiendo cómo funciona el cerebro, de lo que significa aprender y memorizar en términos cerebrales, porque esto nos permitirá extrapolarlo a lo que tenemos que enseñar. A un niño hay que enseñarle la hora a la que tiene que venir, por ejemplo, de cuatro, cinco años, que ya sabe perfectamente dónde están las agujitas y que son las tres o las cuatro. Hay que enseñarlo repetidamente, hasta que constituya ¿qué?: un hábito que se exprese en las normas que va a respetar. 

¿Podrías poner un ejemplo? 

Cuando me subo al autobús desde mi casa hasta la ciudad universitaria todos los días... Los autobuses ahora son muy nuevos y todos tienen, en la parte delantera, asientos de color verde que son exclusivamente para personas mayores, discapacitados, mujeres embarazadas o con un niño... Se sientan muchos jóvenes, sobre todo chicas. Mire usted, hay que educar a un niño a saber que cuando entra esa persona mayor, etc. No tiene que esperar a que la persona joven que se ha sentado allí, le ceda el sitio, porque "se ha sentado allí porque estaba libre". No, "porque en cuanto entre el viejecito, yo me doy cuenta y yo me levanto". No, porque si no te das cuenta estás violentando a la persona mayor a preguntarte: "Por favor, puedo sentarme que este asiento está reservado para mí". Eso es educación

Y eso hay que convertirlo en hábito. Que cuando esa niña, esa chica entre en el autobús, ni se le ocurra, ni se le pase por la cabeza: ¿Debo o puedo sentarme? Espero a que... No, eso es automático. Eso es un hábito. Y, como este hábito, el de la autosuficiencia, la capacidad de no hacer fácil las cosas a los niños. La autosuficiencia es la capacidad de construir, desde los tres años, lo más sagrado para mí, que es la libertad. ¡Ser libre significa no ser dependiente de nadie! 

"Hay que enseñar valores como la libertad, la dignidad, la igualdad, la justicia, la nobleza, la verdad, la belleza, la felicidad, el placer, el dolor... Repetido constantemente para que, de alguna manera, cristalice en él y nazca ese respeto, que es lo que son los valores a través de normas" 

¿Todo eso tiene su fundamento en cómo funciona el cerebro? 

Si estimulas una neurona con una intensidad equis, tiene una respuesta. Pero si el mismo estímulo se lo vas repitiendo, la intensidad que necesita la neurona es cada vez menor. ¿A base de qué? Repetir, repetir, repetir transforma la física y la anatomía de la neurona y de las conexiones que tiene. Y respecto a la conducta hay que hacer igual en los niños. 

Y la ética, los valores, las normas que los instrumentan en sociedad, pues se pueden llevar hasta los dieciocho años, y se debe llevar con repetición constante, a través de toda la adolescencia. 

En tu libro dedicas un capítulo "muy peliaguado" a la adolescencia... 

Sí, sobre la base de los principios más básicos ejecutados en edades anteriores, que sin ellos no se puede hacer nada. Por eso, un adolescente maleducado muy difícilmente lo puedes reeducar, pues hay que enseñarle valores como la libertad, la dignidad, la igualdad, la justicia, la nobleza, la verdad, la belleza, la felicidad, el placer, el dolor... Repetido constantemente para que, de alguna manera, cristalice en él y nazca ese respeto, que es lo que son los valores a través de normas. 

¡Todo esto significa una revolución! Y es necesario que los políticos de un país se conciencien de que hay que empezar a educar desde el mismo nacimiento. Si el niño ha tenido una educación en valores y normas, el cerebro se habrá desarrollado lo suficiente como para que en el adolescente exista una capacidad inhibitoria del cerebro límbico, que es el de las emociones. Y, entonces, se podrá empezar a educar mejor. 

Texto y foto: Eva Frutos Lucas, periodista y redactora jefa de Bayard Revistas. 

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