Se las saben todas

Me parece increíble ver como una personita tan pequeña tiene un montón recursos para conseguir lo que quiere.

Poco a poco va desarrollando habilidades para enfrentarse a su entorno y conseguir sus objetivos, claro que como todos los seres humanos, a veces no lo logra.

Jorge es un niño muy cariñoso, cada tarde cuando voy a recogerle, aparece sonriente y gritando «Mamaaaaaa, mamaaaaaa». Todas la penas y preocupaciones se me olvidan cuando le veo correr a mi encuentro. Mi regalo de todas las tardes es la frase que me suelta mientras se encarama a mi cuello agarrándome con fuerza: «Te quieo musho mamá, un abazo fuete fuete».

Con eso ya me ha ganado para gran parte de la tarde. Cómo le voy a regañar de camino a casa, pese a lo que protesta y patalea cada vez que le siento en la sillita del coche... Con semejante declaración de amor, no me queda otra que aguantar el tirón.

Lo bueno es que también se ha dado cuenta de que, cuando le estoy pegando tres bocinazos por alguna trastada que ha hecho, la “fierecilla” que llevo dentro se apacigua cuando suelta un «peeeedón mami, peeedón, un bezo gande, gande». En esos momento se me olvida lo que haya hecho y sólo tengo ganas de comérmelo a besos.

Ultimamente, cuando rompe algo y me enfado, le ha dado por decir «no te peocupe mami, yo ageglo». Y el amago de regañina se convierte en un intento de no estallar en risas delante de él.

Y sus habilidades van evolucionando y haciéndose más finas con el tiempo. Según se va dando cuenta que ya no vale lo del abrazo, lo del beso o lo de poner cara de bueno, se inventa otras cosas para salir del apuro. Y, de esta manera, ambos dos aprendemos sobre la marcha.

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