Los celos
Los celos
Desde que nació Ernesto, Jorge se había mostrado muy cariñoso, pero comenzó a sufrir una regresión en su conducta.
Ernesto nació a finales de agosto. Mis contracciones pues, comenzaron durante una calurosa madrugada. Para cuando mi marido y Jorge se despertaron, yo ya me había duchado, comido ligeramente y preparado la maleta de Jorge. Y es que, durante el tiempo que estuvimos en el hospital, mi hijo mayor estuvo en casa de mis suegros.
Quisimos hacer las cosas bien desde el principio, así que unos días antes de dar a luz, compré un regalito para Jorge. Así, cuando vino a conocer a su hermanito al hospital, había una sorpresa para él. Le dijijmos que Ernesto se lo había traído al nacer. Era una caja de herramientas de madera, y después de darle un besazo a su nuevo hermano, se dispuso a jugar. Todo parecía dentro de la normalidad.
A pesar de lo nervioso que se pone Jorge, que parece tener ocho manos y te ha líado una gorda en dos minutos, le invitamos a participar en el baño del bebé, en el cambio de pañales y le dejamos que le cogiera y le besara con cuidado. Parecía haberse adaptado bien a la situación, y no había demostrado problema ninguno en compartir su espacio y tiempo con el nuevo "intruso".
Diez días después del nacimiento de Ernesto, Jorge comenzó en el cole de mayores. También tuvo una buena entrada, no lloró y se relacionó con otros niños de manera normal. Sin embargo, al poco tiempo, empezó a llegar a casa con la ropa de cambio puesta. Había comenzado a hacerse caca encima. Al principio no le dimos mucha importancia, pero el hecho se repitió tanto que comenzaron los problemas.
Se hacía caca en el colegio, en casa, en el parque... Era capaz de hacer mancharse hasta 3 veces al día. En aquellos momentos además, yo tenía a Ernesto casi todo el día al pecho, así que he llegado a limpiarle durante la toma del bebé. Los nervios y el cansancio hicieron que al principio le regañara bastante, incluso llegué a castigarle sin sus juguetes hasta que pidiera ir al baño si lo necesitaba. No me daba cuenta de que eran celos y que aquella era su manera de llamar la atención. Finalmente, una amiga psicóloca y su profesora me abrieron los ojos.
Desde entonces, hemos aplicado mucha paciencia y en ningún caso regañarle o castigarle. Decidimos no prestar atención a lo que hacía, simplemente le limpiábamos y seguíamos nuestro día a día. Y, siempre, le recordamos que le queremos muchísimo y que nada va a cambiar eso. Así, poco a poco, hemos ido resolviendo el problema. La situación vuelve a ser normal, ya no tengo que poner ocho lavadoras a la semana y Jorge está más contento.
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