Las mejores fábulas para niños de Tomás de Iriarte
Cuentos en verso con moraleja de Iriarte para niños
Tomás de Iriarte fue uno de los escritores más destacados del siglo XVIII. Era un personaje elegante, culto, cosmopolita y buen conversador que no solo escribía, sino también tradujo obras, tocaba varios instrumentos musicales y escribió además de fábulas, algunos dramas.
En conmishijos.com hemos elaborado una selección de las mejores fábulas para niños de Tomas de Iriarte. Son cuentos cortos escritos en verso para que los niños se familiaricen tanto con la rima y el ritmo en la poesía, como para que aprendan valores gracias a las moralejas de estas fábulas.
La mona, fábula en verso
Aunque se vista de seda
la mona, mona se queda.
El refrán lo dice así;
yo también lo diré aquí,
y con eso lo verán
en fábula y en refrán.
Un traje de colorines,
como el de los matachines,
cierta mona se vistió;
aunque más bien creo yo
que su amo la vestiría,
porque difícil sería
que tela y sastre encontrase.
El refrán lo dice: pase.
Viéndose ya tan galana,
saltó por una ventana
al tejado de un vecino,
y de allí tomó el camino
para volverse a Tetuán.
Esto no dice el refrán,
pero lo dice una historia
de que apenas hay memoria,
por ser el autor muy raro;
y poner el hecho en claro
no le habrá costado poco.
Él no supo, ni tampoco
he podido saber yo,
si la mona se embarcó,
o si rodeó tal vez
por el ismo de Süez.
Lo que averiguado está
es que, por fin, llegó allá.
Viose la señora mía
en la amable compañía
de tanta mona desnuda;
y cada cual la saluda
como a un alto personaje,
admirándose del traje,
y suponiendo sería
mucha la sabiduría,
ingenio y tino mental
del petimetre animal.
Opinan luego al instante,
y nemine discrepante,
que a la nueva compañera
la dirección se confiera
de cierta gran correría
con que buscar se debía,
en aquel país tan vasto,
la provisión para el gasto
de toda la mona tropa.
(¡Lo que es tener buena ropa!)
La directora, marchando
con las huestes de su mando,
perdió no sólo el camino,
sino, lo que es más, el tino;
y sus necias compañeras
atravesaron laderas,
bosques, valles, cerros, llanos,
desiertos, ríos, pantanos;
y al cabo de la jornada,
ninguna dio palotada;
¡y eso que en toda su vida
hicieron otra salida
en que fuese el capitán
más tieso ni más galán!
Por poco no queda mona
a vida con la intentona;
y vieron por experiencia
que la ropa no da ciencia.
Pero, sin ir a Tetuán,
también acá se hallarán
monos que, aunque se vistan de estudiantes,
se han de quedar lo mismo que eran antes.
Ver el significado de esta fábula
El buey y la cigarra, fábula en verso de Iriarte
Arando estaba el buey, y a poco trecho,
la cigarra, cantando, le decía:
«¡Ay!, ¡ay! ¡Qué surco tan torcido has hecho!»
Pero él la respondió: «Señora mía,
si no estuviera lo demás derecho,
usted no conociera lo torcido.
Calle, pues, la haragana reparona;
que a mi amo sirvo bien, y él me perdona,
entre tantos aciertos, un descuido».
¡Miren quién hizo a quién cargo tan fútil!
Una cigarra al animal más útil.
Mas ¿si me habrá entendido
el que a tachar se atreve
en obras grandes un defecto leve?
Moraleja: Es envidioso y necio el que afea un pequeño defecto o error cuando todo lo demás está bien.
El burro flautista: fábula de Tomás de Iriarte
Esta fabulilla,
salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora
por casualidad.
Cerca de unos prados
que hay en mi lugar,
pasaba un borrico
por casualidad.
Una flauta en ellos
halló, que un zagal
se dejó olvidada
por casualidad.
Acercóse a olerla
el dicho animal,
y dio un resoplido
por casualidad.
En la flauta el aire
se hubo de colar,
y sonó la flauta
por casualidad.
«¡Oh!», dijo el borrico,
«¡qué bien sé tocar!
¡y dirán que es mala
la música asnal!».
Sin reglas del arte,
borriquitos hay
que una vez aciertan
por casualidad.
Morajela: que el burro tocara la flauta no le convertía en músico, por lo tanto, cuando conseguimos hacer por casualidad, no nos convierte en expertos.
Leer la fábula en verso y hacer ejercicios de comprensión lectora
El ruiseñor y el gorrión, fábula corta
Siguiendo el son del organillo un día,
tomaba el ruiseñor lección de canto,
y a la jaula llegándose entretanto
el gorrión parlero, así decía:
«¡Cuánto me maravillo
de ver que de ese modo
un pájaro tan diestro
a un discípulo tiene por maestro!
Porque, al fin, lo que sabe el organillo
a ti lo debe todo».
«A pesar de eso -el ruiseñor replica-,
si él aprendió de mí, yo de él aprendo.
A imitar mis caprichos él se aplica;
yo los voy corrigiendo
con arreglarme al arte que él enseña;
y así pronto verás lo que adelanta
un ruiseñor que con escuela canta».
¿De aprender se desdeña
el literato grave?
Pues más debe estudiar el que más sabe.
Moraleja: que nadie se crea saber tanto que no tenga nada más que aprender.
El erudito y el ratón: fábula en prosa
En el cuarto de un célebre erudito
se hospedaba un ratón, ¡ratón maldito!,
que no se alimentaba de otra cosa
que de roerle siempre verso y prosa.
Ni de un gatazo el vigilante celo
pudo llegarle al pelo,
ni extrañas invenciones
de varias e ingeniosas ratoneras,
o el rejalgar en dulces confecciones,
curar lograron su incesante anhelo
de registrar las doctas papeleras,
y acribillar las páginas enteras.
Quiso luego la trampa
que el perseguido autor diese a la estampa
sus obras de elocuencia y poesía;
y aquel bicho travieso,
si antes lo manuscrito le roía,
mucho mejor roía ya lo impreso.
«¡Qué desgracia la mía!
-el literato exclama-. Ya estoy harto
de escribir para gente roedora;
y por no verme en esto, desde ahora
papel blanco no más habrá en mi cuarto.
Yo haré que este desorden se corrija...»
Pero sí: la traidora sabandija,
tan hecha a malas mañas, igualmente
en el blanco papel hincaba el diente.
El autor, aburrido,
echa en la tinta dosis competente
de solimán molido.
Escribe (yo no sé si en prosa o verso);
devora, pues, el animal perverso,
y revienta, por fin... «¡Feliz receta!
-dijo entonces el crítico poeta-.
Quien tanto roe, mire no le escriba
con un poco de tinta corrosiva».
Bien hace quien su crítica modera;
pero usarla conviene más severa
contra censura injusta y ofensiva,
cuando no hablar con sincero denuedo
poca razón arguye, o mucho miedo.
Moraleja: hay casos en los que es necesaria la crítica severa.
El gusano de seda y la araña
Trabajando un gusano su capullo,
la araña, que tejía a toda prisa,
de esta suerte le habló con falsa risa,
muy propia de su orgullo:
«¿Qué dice de mi tela el seor gusano?
Esta mañana la empecé temprano,
y ya estará acabada a mediodía.
¡Mire qué sutil es, mire qué bella!...»
El gusano, con sorna, respondía:
«¡Usted tiene razón; así sale ella!»
Moraleja: se debe tener en cuenta la calidad del trabajo que uno hace más que el tiempo empleado en hacerlo.
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