Cuento infantil La pastorcilla y el deshollinador

Cuento clásico de Hans Christian Andersen

 "La pastorcilla y el deshollinador" es un hermoso cuento de hadas escrito por Hans Christian Andersenque nos enseña sobre el valor del amor verdadero y la valentía. A través de la historia de una delicada figurilla de pastorcilla y un valiente deshollinador, Andersen nos muestra cómo los obstáculos pueden ser superados con determinación y coraje. Este cuento infantil también nos recuerda la importancia de la libertad y la capacidad de elegir nuestro propio destino, a pesar de las adversidades que podamos enfrentar.

Cuento de La pastora y el deshollinador

Cuento para niños La pastorcilla y el deshollinador

Había una vez, en una sala antigua, un armario de madera finamente tallado, que había sido heredado de la bisabuela. El armario estaba decorado con intrincados detalles de flores y hojas, y en el centro había una figura curiosa de un hombre con patas de cabra, cuernos en la cabeza y una larga barba. Los niños lo llamaban el Sargento Mayor.

Este peculiar personaje observaba desde su lugar en el armario una mesa ubicada debajo de un espejo, donde se encontraba una delicada pastorcilla de porcelana. A su lado, había un pequeño deshollinador de porcelana, negro como el carbón. El deshollinador, con su escalerita y sus mejillas sonrosadas, estaba siempre junto a la pastorcilla; así, con el tiempo, se enamoraron profundamente.

Cerca de ellos, había otra figura mucho más grande: un viejo chino que podía inclinar su cabeza. Era de porcelana también y pretendía ser el abuelo de la pastorcilla. Decía tener autoridad sobre ella y había aceptado, con un gesto de su cabeza, la propuesta que el Sargento Mayor había hecho de la mano de la pastorcilla.

-Te casarás con él-dijo el chino a la pastorcilla-. Es de madera de ébano y te dará un título. Además, su armario está lleno de objetos de plata, ¡y cajones secretos!

-¡No quiero entrar en el oscuro armario! -protestó la pastorcilla-. He oído que guarda en él a once mujeres de porcelana.

-Entonces serás la duodécima -respondió el chino-. Esta noche, cuando cruja el viejo armario, se celebrará la boda.

Desesperada, la pastorcilla miró a su amado deshollinador.

-Tengo que pedirte un favor. ¿Te vendrías conmigo? Aquí no podemos quedarnos.

-Haré todo lo que quieras -respondió el deshollinador-.Vámonos de inmediato.

-¡Ojalá pudiéramos bajar de la mesa! -dijo ella-. Solo me sentiré tranquila cuando hayamos escapado a algún lugar lejano.

El deshollinador la tranquilizó y le mostró cómo poner sus pies en las tallas y adornos dorados de la pata de la mesa. Utilizó su escalera y, en un instante, se encontraron en el suelo. Pero al mirar al armario, vieron que todos los ciervos tallados extendían sus cabezas, y el Sargento Mayor dio un salto, gritando al chino:

-¡Se están escapando, se están escapando!

Asustados, corrieron a esconderse en un cajón debajo de la ventana. Dentro del cajón, encontraron varias barajas de cartas y un teatrillo de títeres. Justo se estaba llevando a cabo una función y todas las cartas, con sus trajes de corazones, tréboles, picas y diamantes, se abanicaban con pequeños tulipanes; detrás estaban las sotas, mostrando sus dobles cabezas. La historia trataba de dos enamorados que no podían estar juntos, y la pastorcilla comenzó a llorar, pues su situación era muy similar.

-¡No puedo soportarlo! -exclamó-. ¡Tenemos que salir del cajón!

Pero en cuanto volvieron a estar en el suelo y levantaron los ojos hacia la mesa, vieron que el viejo chino se tambaleaba, pues su cuerpo era de una sola pieza.

-¡Ahí viene el viejo chino! -gritó la pastorcilla.

-Tengo una idea -dijo el deshollinador-. ¿Y si nos escondemos en esa gran jarra en la esquina? Estaremos entre las flores y si él se acerca, le arrojaremos sal a los ojos.

-No serviría de nada -dijo ella-. Además, sé que el chino y la jarra estuvieron comprometidos, y aún queda simpatía entre ellos. No, la única solución es huir al mundo exterior.

-¿Realmente tienes valor para hacerlo? -preguntó el deshollinador-. ¿Te has dado cuenta de lo grande que es el mundo y que tal vez nunca podamos regresar?

-Sí, lo sé -afirmó ella.

El deshollinador la miró profundamente y luego dijo:

-Nuestro camino está por la chimenea. Saldremos a la cima y desde allí al vasto mundo. La condujo hasta la puerta del horno.

-¡Qué oscuridad! -exclamó ella, siguiendo a su guía por la caja del horno y el tubo, oscuro como la noche.

-Estamos en la chimenea -le explicó-. Mira, allá arriba brilla la estrella más hermosa.

Era una estrella del cielo que les iluminaba el camino. Treparon y se arrastraron hasta llegar al borde superior de la chimenea, donde se sentaron a descansar. Sobre ellos, el cielo lleno de estrellas se extendía, y a sus pies estaban los tejados de la ciudad. La pobre pastorcilla nunca había imaginado algo así; apoyó su cabeza en el hombro del deshollinador y comenzó a llorar.

-¡Es demasiado! -exclamó-. No puedo soportarlo, el mundo es demasiado grande. ¡Ojalá estuviera en la mesa, bajo el espejo! No seré feliz hasta que vuelva allí. Te he seguido hasta el mundo exterior; ahora, por favor, devuélveme al lugar de donde venimos. Hazlo, si realmente me amas.

El deshollinador intentó recordarle los peligros del viejo chino y el Sargento Mayor, pero ella seguía llorando. Así que cedió a sus súplicas. Y así, descendieron nuevamente por la chimenea y se arrastraron por el tubo y el horno. Una vez en el horno, escucharon para ver cómo estaban las cosas en la habitación. Todo estaba en silencio. Miraron y vieron que el viejo chino estaba en el suelo, roto en tres pedazos. El Sargento Mayor seguía en su puesto con una expresión pensativa.

-¡Qué terrible! -exclamó la pastorcilla-. El abuelo roto en pedazos, y nosotros somos los culpables. ¡No lo soportaré!

-Aún podemos pegarlo -dijo el deshollinador-. Lo arreglarán y volverá a decirnos cosas desagradables.

-¿De verdad crees eso? -preguntó ella. Y subieron de nuevo a la mesa.

-Mira lo que hemos conseguido -dijo el deshollinador-. Podríamos habernos ahorrado todas estas fatigas.

-¡Si al menos pudiéramos arreglar al abuelo! -dijo la pastorcilla-.

Lo pegaron. Y quedó como nuevo, aunque ya no podía mover la cabeza.

-Te has vuelto muy orgulloso desde que te rompiste -dijo el Sargento Mayor-. Y la verdad, no veo por qué. ¿Me vas a dar su mano o no?

El deshollinador y la pastorcilla miraron al viejo chino con ojos suplicantes, temiendo que agachara la cabeza; pero no podía hacerlo, y le resultaba muy molesto tener que explicar a un extraño que tenía un clavo en la nuca. Así, esas figuritas de porcelana siguieron viviendo juntas, agradecidas por el clavo del abuelo, y se amaron hasta que se hicieron pedazos.

Valores del cuento

La historia de "La pastorcilla y el deshollinador" nos deja valiosas enseñanzas sobre el poder del amor y la importancia de la libertad. Nos muestra que, aunque enfrentemos grandes adversidades, el coraje y la determinación pueden ayudarnos a superar cualquier obstáculo. La pastorcilla y el deshollinador nos enseñan que no debemos rendirnos ante las dificultades y que siempre debemos luchar por lo que creemos justo y verdadero. Esta historia nos inspira a ser valientes y a seguir nuestro corazón, recordándonos que la verdadera felicidad se encuentra en la libertad de elegir nuestro propio camino.

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