Los cambios en el cerebro de los niños

Las transformaciones que se producen en el cerebro de un niño desde el momento de su nacimiento sorprenden a los propios científicos. Este prestigioso experto en Neurología Infantil, el doctor Jaime Campos, explica cómo el entorno y una estimulación adecuada pueden determinar el desarrollo intelectual y el futuro de un niño.

Cambios en el cerebro de los niños

P. Usted es un experto en temas relacionados con la maduración del sistema nervioso. ¿Qué condiciones requiere ese objetivo?

R. Por un lado, implica tener un cerebro sano y, por otro, que el medio ambiente sea lo bastante estimulante como para que se pueda producir esa unión entre lo que es orgánico –lo que hemos recibido de nuestros antepasados a través de los genes heredados– y lo que se aprende de la experiencia vivida desde el momento del nacimiento.

P. ¿Qué cambios se producen en el cerebro a partir de ese instante?

R. Lo más evidente es el aumento de volumen, que puede calificarse de espectacular. Es de tal calibre, que los especialistas se refieren a este periodo como el de “crecimiento explosivo del cerebro”. En concreto, el perímetro craneal de un niño crece a razón de medio centímetro por semana en los cuatro primeros meses y a un ritmo de medio centímetro por mes en los siguientes ocho meses.

P. ¿Cuándo se empieza a ver el efecto del medio ambiente?

R. Para el décimo día de vida, la información llegada del entorno, a través de los sentidos. Para el final del primer mes, el niño ya sonríe. Por supuesto, no es una sonrisa social; el niño se limita a imitar a la madre al reír. Más tarde, a partir del primer año, empezará a exhibir lo que se conoce como personalidad y mostrará signos de preinteligencia, lo que llamamos empatía: la capacidad para conectar con el medio ambiente y provocar reacciones en el entorno. Así pues, los cambios en el primer año son espectaculares.

P. ¿Y cómo actúa exactamente un estímulo?

R. El cerebro analiza lo que procede del medio externo y, si ese estímulo recibe el suficiente nivel de motivación, lo introduce en el disco duro. ¿Qué supone eso? Pues que luego el cerebro ya dispone de esa información y podrá utilizarla para otras conductas parecidas o más elaboradas.

P. Se podría deducir que lo mejor es repetir un estímulo para que quede grabado...

R. Hasta cierto punto. Porque hay una ley en Biología que dice que una estimulación repetitiva produce respuestas cada vez más monótonas. Para saber si es correcto, hay que observar qué conducta condiciona cada estímulo. Si le doy a un niño un caramelo y el niño llora, significa que ese estímulo es negativo. Si le pongo música clásica y se relaja, indica que es gratificante y positivo.

P. Usted ha dicho siempre que, más que de estimulación precoz, prefiere hablar de estimulación temprana...

R. En efecto. Porque precoz quiere decir “antes de”. Y la estimulación debe comenzar cuando la función que se espera que aparezca –por ejemplo, mantenerse recto, caminar, hablar, leer, escribir...– no aparece. Y no antes.

P. ¿Puede llegar a ser contraproducente el exceso de estimulación

R. Es que realmente no sabemos si es bueno o malo. Hay niños hiperestimulados que son capaces de leer a los dos años y medio. Hay otros en los que ese mismo nivel de estimulación puede producir un trastorno del aprendizaje de la lectura mucho más severo que si hubieran sido estimulados en su momento.

P. Pero también se dan trastornos por falta de estimulación...

R. Es lo que se veía en las inclusas hace años. Niños que aparentemente nacían sanos y no tenían motivos para estar retrasados respecto de su edad, pero que lo estaban. Un día, alguien se dio cuenta de que el problema era la falta de estimulación, de comunicación sensorial.

P. Hoy esos casos no se dan...

R. Son raros, pero ocurren. Pasa a veces con esos bebés “buenos”, que no dan la lata. Las mamás los tienen tumbados todo el día, sobre todo si están muy ocupadas, y los niños se quedan mirando al techo.

P. ¿Puede influir la nutrición en el desarrollo cerebral de un niño?

R. Depende de la edad. Si sometemos a malnutrición a un niño de cuatro meses, tendremos un 50% de probabilidades de que acabe siendo un retrasado mental. Si hacemos eso cuando tiene ocho años, tendrá parálisis musculares o desarrollará otros trastornos, pero no retraso mental.

P. Nuevos estudios realizados en los EE UU hablan de una generación de “niños mimados”. Al parecer, a los niños de hoy no se les enseña a tolerar la frustración.

R. Es que los padres deben proporcionar al niño las gratificaciones correctas, sin excesos. No se pueden ignorar los malos comportamientos; no siempre se puede aplaudir el comportamiento del niño ni darle todo lo que pide. El niño tiene que aprender a vivir con la frustración, porque ésta es consustancial con la vida.

P. ¿Cómo se detecta un trastorno de este tipo?

R. Un niño de inteligencia normal que no está funcionando en el colegio tiene un problema de aprendizaje. ¿Por qué? Porque le falta alguno de los instrumentos necesarios. Puede ser tanto falta de capacidad de atención como de lectura, de cálculo, de organización del espacio... No significa inteligencia inferior.

P. ¿Y cómo definiría la inteligencia?

R. Diría que se caracteriza por la capacidad de manejar mucha cantidad de información en cualquier momento. Y no me refiero solo a información abstracta. Supone también información emocional, cultural, olores, sonidos... todo lo que la mente procesa.

P. ¿Cree que los tests son herramientas útiles?

R. Lo que se les critica es justamente que no miden la inteligencia abstracta: esa capacidad de aprendizaje que tiene una persona independientemente de los conocimientos culturales adquiridos. Un buen test de inteligencia sería aquel que pudiera determinar que un labrador de un pueblo perdido tiene el mismo cociente intelectual que un ingeniero de caminos que vive en una gran ciudad. Porque la capacidad de aprendizaje puede ser la misma; lo que el labrador no tiene es la misma cantidad ni el mismo tipo de información almacenada.

P. ¿Entonces cómo hay que valorar los resultados de un test?

R. El test mide lo que ese niño ha hecho en ese momento. No va a determinar nada respecto del futuro. Eso hay que tenerlo muy claro. Indica que, en ese momento, el niño funciona así. A la hora de haber hecho el test, y si el niño está cansado o tiene la atención puesta en otra cosa, los resultados podrían cambiar de forma notable. Más que un test, lo que los padres deben observar es la conducta motora, intelectual, visual, por separado. Ver cómo todas y cada una contribuyen a la armonía funcional del niño. Es esa armonía lo verdaderamente importante.

Dr. Jaime Campos, Jefe de Neurología Pediátrica en el Hospital Clínico San Carlos de Madrid.

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